En los años cincuenta del siglo pasado, en la siempre áurea Tàrraco, había un niño de ojos brillantes y cabellos rizados, que de pequeño ya quería ser pintor y, recogía papelitos de colores, retales de ropa e hilaturas que encontraba en la calle, y como si fueran tesoros, los guardaba en una caja misteriosa, que después olvidaba. Una larga trayectoria llena de ilusiones y obstáculos. A veces, sí. A veces, no. Con más olvidos que recuerdos, en la que han sido las dificultades, y no tanto los triunfos, las que lo han modelado como persona y como artista. Y a pesar de ser un poco geniudo, o quizás por eso ha ganado batallas y duelos en diversos territorios, y ha tenido la fortuna de hacer amigos.
No es nada fácil hablar de uno mismo, sin caer en las trampas de la desmemoria o de los recuerdos idealizados e incluso complacientes. Quizás fuera mejor, emulando a Arthur Cravan, disparar un tiro al aire y emprender una carrera veloz hacia el futuro.
Ahora, cuando el mundo que hemos conocido hasta no hace mucho se desmorona como si fuera de yeso. Y la cultura, considerada como un bien prescindible, lucha y sobrevive condicionada, para no caer presa en las garras dogmáticas de los lobos hambrientos o en las aguas turbias del ocio. Ahora, cuando queremos atrapar la utopía por la cola. Los representantes de esta histórica ciudad, que es la mía, me honran otorgándome el reconocimiento de “Hijo predilecto de Tarragona”. Nombramiento del que tuve grata y sorprendente noticia, en pleno solsticio de verano. Mientras quemaban las hogueras de San Juan, en magna opera flamígera.
Bienvenido el tiempo de las alabanzas, sean como la lluvia sobre la tierra, que fructifica, y hace estallar el verde follaje en los árboles, hace nacer las flores y las frutas en los campos y en los huertos, en los jardines y en los corazones de los viandantes y de los patinadores. Dicen que las manos pintadas al recorte en el espacio más profundo de las cuevas ancestrales del paleolítico, no son de un solo artista, sino de muchos, que a través de los siglos, en silencio, o no, y a la luz rojiza de las antorchas, fueron dejando su huella al lado de los anteriores, en un ritual de permanencia y de continuidad. Quedan los rasgos, los supuestos y, la niebla borrosa del tiempo. Influencias, conocimientos, rastros difusos que se esparcen por los trabajos del artista. El calor de la amistad de tantos compañeros con los que he hecho camino, y claro, el Arte. Este mago exigente, singular en masculino, femenino en plural, que con su calidoscopio, vela y desvela al azar vericuetos y ramales.
Si somos, es porque de una u otra manera, somos la suma de los que nos han precedido. Caminamos con pasos vacilantes, por caminos inciertos, sobre las huellas que dejaron otros caminantes. Y el polvo del mundo amolda nuestras huellas que se irán borrando con el paso de los que vendrán, mientras miramos el universo constelado sobre nuestras cabezas, como un inmenso paraguas.
Me complace recibir este nombramiento. No tanto como un privilegio, sino como un acto de generosa amistad de la ciudad, que a pesar de que a menudo parece adormecida como una diosa clásica. Como el mar, hierve y late en la sangre de la gente que día a día la hace vivir. Gracias.
————————————-Josep Maria Rosselló————————————————————-
Fotografía: “Diari de Tarragona”, 16-2-2014