“CARPE DIEM”, A MIQUEL SERRANO
A principios de los años setenta, en aquel Sitges que ahora ya es recuerdo, conocí al pintor
Miquel Serrano. Siempre, y en cualquier circunstancia, educado, encantador, elegante, irónico
y fumador, muy fumador, “bon vivant” y bebedor, preferentemente “whisky”. Habitual de la
terraza del Café Roy en Sitges, del Café de la Ópera en Barcelona y del Café de Flore en París.
Compañero de los hermanos Blai, y de Manolo Muntanyola. No le gustaba demasiado hablar de arte, y
menos del suyo. Había sido alumno de Francesc Labarta. En los años 30 había pintado un retrato del
natural del poeta Federico Garcia Lorca, para la presentación de una de sus conferencias en
Barcelona, la historiadora granadina Antonina Rodrigo habla de ello en uno de sus libros dedicados
al poeta. Serrano raramente hablaba de lo que había hecho, fue amigo de Jean Cocteau, y en su piso
de la Rambla Catalunya tenía unos dibujos preciosos de unos faunos que le regaló, también le
proporcionó contactos en París, que le encargaron originales para la estampación de tejidos,
lo que le permitió sobrevivir dignamente. Una generación irrepetible.
Me he alegrado mucho de saber que finalmente en Sitges se le dedica una exposición significativa, en
el Espai Miramar. Una muestra comisariada por Beli Artigas, que reúne lo mejor de su
trabajo, vamos, casi una antológica. A él probablemente le hubiera dado más bien miedo, pero en el
fondo le hubiera gustado. Sí, le hubiera gustado mucho, porque, a pesar de todo, era lo suficientemente tierno como para
aceptarlo como una generosa muestra de amistad.
Vi algunos de sus trabajos de los años cuarenta o quizás cincuenta, en la casa de Pepa
Gumà, en Sitges, que tenía unas obras singulares en su colección, que ahora pertenece a sus
hijas, Silvia y Marta Camps. En Sitges se veían muchos “Serranos”, pero no como aquellos.
Cuando organicé mi exposición “Neomitología de Sitges y la Blanca Subur”, en el Hotel
Romàntic, las dos obras de gran formato las pinté en “Ca la Femenina” y el resto en el taller
que Serrano tenía en el piso de encima del Café Roy, y que el maestro me cedió amablemente.
Las circunstancias que llevaron al artista al “carpe diem”, las desconozco, pero en cierta
manera creo que todo tenía algo de protesta en contra de las garras dogmáticas y de
las leyes del mercado, que desde hacía tiempo carcomían los frescos campos del arte y de la vida, de las
cuales huía como los gatos huyen del agua. Durante un tiempo tuvimos el mismo marchante, en
Cayetano Balagueró, que le organizó varias exposiciones. Cayetano era de Castelló de
Farfanya, Lleida, como Bernat, su primo, amigo, modelo y compañero de Miquel Serrano.
Con Miquel las anécdotas brotaban como las flores en primavera. Una de estas es la
que vivimos juntos con Santi Pérez, fundador de la Pizzeria del Cap de la Vila, en
una ida y vuelta a Carcassona, la ciudad francesa amurallada y reconstruida por Eugène
Violet le Duc. Bastión de los Cátaros. No para ir de juerga, sino para ayudar a Miquel a recoger las
cosas del piso de su hermana, que había muerto recientemente, y de las cuales él era el heredero.
Nos acompañaba un joven, Toni Sella, que no hace muchos días explicaba esta aventura
en un artículo, titulado “Tot és fals”, publicado en estas mismas páginas de L’Eco de Sitges”.
Aún temblamos todos al pensarlo. Serrano estaba nervioso, muy nervioso,
y en estas circunstancias podía provocar un tsunami de consecuencias inalcanzables, nos
obligó a comer un “cassolet marsellès” para desayunar. Mientras él fumaba incansablemente
un cigarrillo tras otro y después de retirar todo lo que había en la caja del banco, con los
documentos falsificados por él mismo en Barcelona, para no tener que pagar a los abogados, (Santi
no lo supo hasta que no estaban en el sótano del banco). Nos invitó a comer. Las cincuenta
y tres torres de Carcassona daban vueltas a nuestro alrededor, y el doble anillo de las murallas, de
piedra gris militar, contribuía a nuestros terrores, ¿y si todo acababa en el Museo de la tortura
de la Inquisición?. Después, cargados hasta la cresta, el coche como una pirámide ambulante, y con
los bolsillos llenos de doblones de oro y joyas, que tuvimos que repartir para que el bulto
no fuera demasiado evidente. Como una tropa de antiguos piratas (estampa Jack Sparrow), pasamos la
frontera sin ningún susto. ¡Uf! Inolvidable, Miquel Serrano.
Josep Maria Rosselló.
“CARPE DIEM”, A MIQUEL SERRANO
A principios de los años setenta, en aquel Sitges que ahora ya es recuerdo, conocí al pintor
Miquel Serrano. Siempre, y en cualquier circunstancia, educado, encantador, elegante, irónico
y fumador, muy fumador, “bon vivant” y bebedor, preferentemente “whisky”. Habitual de la
terraza del Café Roy en Sitges, del Café de la Ópera en Barcelona y del Café de Flore en París.
Compañero de los hermanos Blai, y de Manolo Muntanyola. No le gustaba demasiado hablar de arte, y
menos del suyo. Había sido alumno de Francesc Labarta. En los años 30 había pintado un retrato del
natural del poeta Federico Garcia Lorca, para la presentación de una de sus conferencias en
Barcelona, la historiadora granadina Antonina Rodrigo habla de ello en uno de sus libros dedicados
al poeta. Serrano raramente hablaba de lo que había hecho, fue amigo de Jean Cocteau, y en su piso
de la Rambla Catalunya tenía unos dibujos preciosos de unos faunos que le regaló, también le
proporcionó contactos en París, que le encargaron originales para la estampación de tejidos,
lo que le permitió sobrevivir dignamente. Una generación irrepetible.
Me he alegrado mucho de saber que finalmente en Sitges se le dedica una exposición significativa, en
el Espai Miramar. Una muestra comisariada por Beli Artigas, que reúne lo mejor de su
trabajo, vamos, casi una antológica. A él probablemente le hubiera dado más bien miedo, pero en el
fondo le hubiera gustado. Sí, le hubiera gustado mucho, porque, a pesar de todo, era lo suficientemente tierno como para
aceptarlo como una generosa muestra de amistad.
Vi algunos de sus trabajos de los años cuarenta o quizás cincuenta, en la casa de Pepa
Gumà, en Sitges, que tenía unas obras singulares en su colección, que ahora pertenece a sus
hijas, Silvia y Marta Camps. En Sitges se veían muchos “Serranos”, pero no como aquellos.
Cuando organicé mi exposición “Neomitologia de Sitges y la Blanca Subur”, en el Hotel
Romàntic, las dos obras de gran formato las pinté en “Ca la Femenina” y el resto en el taller
que Serrano tenía en el piso de encima del Café Roy, y que el maestro me cedió amablemente.
Las circunstancias que llevaron al artista al “carpe diem”, las desconozco, pero en cierta
manera creo que todo tenía algo de protesta en contra de las garras dogmáticas y de
las leyes del mercado, que desde hacía tiempo carcomían los frescos campos del arte y de la vida, de las
cuales huía como los gatos huyen del agua. Durante un tiempo tuvimos el mismo marchante, en
Cayetano Balagueró, que le organizó varias exposiciones. Cayetano era de Castelló de
Farfanya, Lleida, como Bernat, su primo, amigo, modelo y compañero de Miquel Serrano.
Con Miquel las anécdotas brotaban como las flores en primavera. Una de estas es la
que vivimos juntos con Santi Pérez, fundador de la Pizzeria del Cap de la Vila, en
una ida y vuelta a Carcassona, la ciudad francesa amurallada y reconstruida por Eugène
Violet le Duc. Bastión de los Cátaros. No para ir de juerga, sino para ayudar a Miquel a recoger las
cosas del piso de su hermana, que había muerto recientemente, y de las cuales él era el heredero.
Nos acompañaba un joven, Toni Sella, que no hace muchos días explicaba esta aventura
en un artículo, titulado “Tot és fals”, publicado en estas mismas páginas de L’Eco de Sitges”.
Aún temblamos todos al pensarlo. Serrano estaba nervioso, muy nervioso,
y en estas circunstancias podía provocar un tsunami de consecuencias inalcanzables, nos
obligó a comer un “cassolet marsellès” para desayunar. Mientras él fumaba incansablemente
un cigarrillo tras otro y después de retirar todo lo que había en la caja del banco, con los
documentos falsificados por él mismo en Barcelona, para no tener que pagar a los abogados, (Santi
no lo supo hasta que no estaban en el sótano del banco). Nos invitó a comer. Las cincuenta
y tres torres de Carcassona daban vueltas a nuestro alrededor, y el doble anillo de las murallas, de
piedra gris militar, contribuía a nuestros terrores, ¿y si todo acababa en el Museo de la tortura
de la Inquisición?. Después, cargados hasta la cresta, el coche como una pirámide ambulante, y con
los bolsillos llenos de doblones de oro y joyas, que tuvimos que repartir para que el bulto
no fuera demasiado evidente. Como una tropa de antiguos piratas (estampa Jack Sparrow), pasamos la
frontera sin ningún susto. ¡Uf! Inolvidable, Miquel Serrano.
Josep Maria Rosselló.
“CARPE DIEM”, A MIQUEL SERRANO
A principios de los años setenta, en aquel Sitges que ahora ya es recuerdo, conocí al pintor
Miquel Serrano. Siempre, y en cualquier circunstancia, educado, encantador, elegante, irónico
y fumador, muy fumador, “bon vivant” y bebedor, preferentemente “whisky”. Habitual de la
terraza del Café Roy en Sitges, del Café de la Ópera en Barcelona y del Café de Flore en París.
Compañero de los hermanos Blai, y de Manolo Muntanyola. No le gustaba demasiado hablar de arte, y
menos del suyo. Había sido alumno de Francesc Labarta. En los años 30 había pintado un retrato del
natural del poeta Federico Garcia Lorca, para la presentación de una de sus conferencias en
Barcelona, la historiadora granadina Antonina Rodrigo habla de ello en uno de sus libros dedicados
al poeta. Serrano raramente hablaba de lo que había hecho, fue amigo de Jean Cocteau, y en su piso
de la Rambla Catalunya tenía unos dibujos preciosos de unos faunos que le regaló, también le
proporcionó contactos en París, que le encargaron originales para la estampación de tejidos,
lo que le permitió sobrevivir dignamente. Una generación irrepetible.
Me he alegrado mucho de saber que finalmente en Sitges se le dedica una exposición significativa, en
el Espai Miramar. Una muestra comisariada por Beli Artigas, que reúne lo mejor de su
trabajo, vamos, casi una antológica. A él probablemente le hubiera dado más bien miedo, pero en el
fondo le hubiera gustado. Sí, le hubiera gustado mucho, porque, a pesar de todo, era lo suficientemente tierno como para
aceptarlo como una generosa muestra de amistad.
Vi algunos de sus trabajos de los años cuarenta o quizás cincuenta, en la casa de Pepa
Gumà, en Sitges, que tenía unas obras singulares en su colección, que ahora pertenece a sus
hijas, Silvia y Marta Camps. En Sitges se veían muchos “Serranos”, pero no como aquellos.
Cuando organicé mi exposición “Neomitologia de Sitges y la Blanca Subur”, en el Hotel
Romàntic, las dos obras de gran formato las pinté en “Ca la Femenina” y el resto en el taller
que Serrano tenía en el piso de encima del Café Roy, y que el maestro me cedió amablemente.
Las circunstancias que llevaron al artista al “carpe diem”, las desconozco, pero en cierta
manera creo que todo tenía algo de protesta en contra de las garras dogmáticas y de
las leyes del mercado, que desde hacía tiempo carcomían los frescos campos del arte y de la vida, de las
cuales huía como los gatos huyen del agua. Durante un tiempo tuvimos el mismo marchante, en
Cayetano Balagueró, que le organizó varias exposiciones. Cayetano era de Castelló de
Farfanya, Lleida, como Bernat, su primo, amigo, modelo y compañero de Miquel Serrano.
Con Miquel las anécdotas brotaban como las flores en primavera. Una de estas es la
que vivimos juntos con Santi Pérez, fundador de la Pizzeria del Cap de la Vila, en
una ida y vuelta a Carcassona, la ciudad francesa amurallada y reconstruida por Eugène
Violet le Duc. Bastión de los Cátaros. No para ir de juerga, sino para ayudar a Miquel a recoger las
cosas del piso de su hermana, que había muerto recientemente, y de las cuales él era el heredero.
Nos acompañaba un joven, Toni Sella, que no hace muchos días explicaba esta aventura
en un artículo, titulado “Tot és fals”, publicado en estas mismas páginas de L’Eco de Sitges”.
Aún temblamos todos al pensarlo. Serrano estaba nervioso, muy nervioso,
y en estas circunstancias podía provocar un tsunami de consecuencias inalcanzables, nos
obligó a comer un “cassolet marsellès” para desayunar. Mientras él fumaba incansablemente
un cigarrillo tras otro y después de retirar todo lo que había en la caja del banco, con los
documentos falsificados por él mismo en Barcelona, para no tener que pagar a los abogados, (Santi
no lo supo hasta que no estaban en el sótano del banco). Nos invitó a comer. Las cincuenta
y tres torres de Carcassona daban vueltas a nuestro alrededor, y el doble anillo de las murallas, de
piedra gris militar, contribuía a nuestros terrores, ¿y si todo acababa en el Museo de la tortura
de la Inquisición?. Después, cargados hasta la cresta, el coche como una pirámide ambulante, y con
los bolsillos llenos de doblones de oro y joyas, que tuvimos que repartir para que el bulto
no fuera demasiado evidente. Como una tropa de antiguos piratas (estampa Jack Sparrow), pasamos la
frontera sin ningún susto. ¡Uf! Inolvidable, Miquel Serrano.
Josep Maria Rosselló.
“CARPE DIEM”, A MIQUEL SERRANO
A principios de los años setenta, en aquel Sitges que ahora ya es recuerdo, conocí al pintor
Miquel Serrano. Siempre, y en cualquier circunstancia, educado, encantador, elegante, irónico
y fumador, muy fumador, “bon vivant” y bebedor, preferentemente “whisky”. Habitual de la
terraza del Café Roy en Sitges, del Café de la Ópera en Barcelona y del Café de Flore en París.
Compañero de los hermanos Blai, y de Manolo Muntanyola. No le gustaba demasiado hablar de arte, y
menos del suyo. Había sido alumno de Francesc Labarta. En los años 30 había pintado un retrato del
natural del poeta Federico Garcia Lorca, para la presentación de una de sus conferencias en
Barcelona, la historiadora granadina Antonina Rodrigo habla de ello en uno de sus libros dedicados
al poeta. Serrano raramente hablaba de lo que había hecho, fue amigo de Jean Cocteau, y en su piso
de la Rambla Catalunya tenía unos dibujos preciosos de unos faunos que le regaló, también le
proporcionó contactos en París, que le encargaron originales para la estampación de tejidos,
lo que le permitió sobrevivir dignamente. Una generación irrepetible.
Me he alegrado mucho de saber que finalmente en Sitges se le dedica una exposición significativa, en
el Espai Miramar. Una muestra comisariada por Beli Artigas, que reúne lo mejor de su
trabajo, vaya, casi una antológica. A él probablemente le hubiera dado más bien miedo, pero en el
fondo le hubiera gustado. Sí, le hubiera gustado mucho, porque, a pesar de todo, era lo suficientemente tierno como para
aceptarlo como una generosa muestra de amistad.
Vi algunos de sus trabajos de los años cuarenta o quizás cincuenta, en la casa de Pepa
Gumà, en Sitges, que tenía unas obras singulares en su colección, que ahora pertenece a sus
hijas, Silvia y Marta Camps. En Sitges se veían muchos “Serranos”, pero no como aquellos.
Cuando organicé mi exposición “Neomitología de Sitges y la Blanca Subur”, en el Hotel
Romàntic, las dos obras de gran formato las pinté en “Ca la Femenina” y el resto en el taller
que Serrano tenía en el piso de encima del Café Roy, y que el maestro me cedió amablemente.
Las circunstancias que llevaron al artista al “carpe diem”, las desconozco, pero en cierta
manera creo que todo tenía algo de protesta en contra de las garras dogmáticas y de
las leyes del mercado, que desde hacía tiempo carcomían los frescos campos del arte y de la vida, de las
cuales huía como los gatos huyen del agua. Durante un tiempo tuvimos el mismo marchante, en
Cayetano Balagueró, que le organizó varias exposiciones. Cayetano era de Castelló de
Farfanya, Lleida, como Bernat, su primo, amigo, modelo y compañero de Miquel Serrano.
Con Miquel las anécdotas brotaban como las flores en primavera. Una de estas es la
que vivimos juntos con Santi Pérez, fundador de la Pizzeria del Cap de la Vila, en
una ida y vuelta a Carcassona, la ciudad francesa amurallada y reconstruida por Eugène
Violet le Duc. Bastión de los Cátaros. No para ir de juerga, sino para ayudar a Miquel a recoger las
cosas del piso de su hermana, que había muerto recientemente, y de las cuales él era el heredero.
Nos acompañaba un joven, Toni Sella, que no hace muchos días explicaba esta aventura
en un artículo, titulado “Tot és fals”, publicado en estas mismas páginas de L’Eco de Sitges”.
Aún temblamos todos juntos solo de pensarlo. Serrano estaba nervioso, muy nervioso,
y en estas circunstancias podía provocar un tsunami de consecuencias inalcanzables, nos
obligó a comer un “cassolet marsellès” para desayunar. Mientras él fumaba incansablemente
un cigarrillo tras otro y después de retirar todo lo que había en la caja del banco, con los
documentos falsificados por él mismo en Barcelona, para no tener que pagar a los abogados, (Santi
no lo supo hasta que no estaban en el sótano del banco). Nos invitó a comer. Las cincuenta
y tres torres de Carcassona daban vueltas a nuestro alrededor, y el doble anillo de las murallas, de
piedra gris militar, contribuía a nuestros terrores, y si todo acababa en el Museo de la tortura
de la Inquisición. Después, cargados hasta la cresta, el coche como una pirámide ambulante, y con
los bolsillos llenos de doblones de oro y joyas, que tuvimos que repartir para que el bulto
no fuera demasiado evidente. Como una tropa de antiguos piratas (estampa Jack Sparrow), pasamos la
frontera sin ningún susto. ¡Uf! Inolvidable, Miquel Serrano.
Josep Maria Rosselló.